domingo, 15 de junio de 2008

Una mirada inicial

En los últimos 15 años han surgido una cantidad notable de herramientas tecnológicas que han modificado nuestro trabajo, nuestra profesión y nuestra calidad de vida. La primera herramienta que cabe mencionar es la computadora, que se ha masificado en las instituciones educativas, especialmente desde que se popularizó Windows y software denominado “user friendly”. Poco tiempo después, tuvimos acceso a Internet y con ello llegó el mundo entero a nuestras escuelas. Recuerdo que tuve que “volver a aprender a leer”, ya que la información no era lineal, sino funcionaba como una red, con hipervínculos que disparaban la información de un lado a otro. Los ojos ya no seguían el patrón establecido, leyendo de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, sino que tenía que acostumbrarse a “escanear” visualmente el monitor para hallar lo buscado. El índice y orden alfabético de una enciclopedia cambió por un buscador que recomendaba páginas y debimos aprender a hacer un recorrido rápido con la vista para descubrir lo apropiado. Se nos ofrecieron imágenes y sonidos que jamás hubiéramos soñado en conocer: recorridos virtuales en 360°, animaciones sumamente didácticas como el proceso de fotosíntesis o la circulación de la sangre, mapas, planos, imágenes satelitales se acercaron a la distancia de un clic. Todo podía ser guardado, copiado, archivado, impreso para uso en otras ocasiones. Averiguar lo insólito ya no era una dificultad. Pero más allá de las rutas virtuales de Internet, surgieron innumerables programas de software educativos, primero en disquetes y luego en CD-Rom, con material preparado para niños, donde podían aprender a leer mientras resolvían un misterio, a realizar operaciones para completar una misión, a ver imágenes e interactuar con juegos e información de manera apasionante.
Del video pasamos al DVD y las imágenes y el sonido se hicieron más precisos. Luego llegó a nuestro medio el celular, masificándose a una velocidad inesperada. Esto ha despertado un debate entre educadores y padres, ya que el uso del celular en clase significa interrupciones, copiado de respuestas, distracciones con juegos, fotos o videos de clases que luego eran subidos a Internet, entre otros problemas. La música que escuchamos ya no viene en discos o casetes, sino en CDs, que brinda mayor facilidad de manejo y sonido más preciso.
El retroproyector fue reemplazado por el proyector de multimedia, permitiéndonos ver películas y programas de la computadora como si estuviéramos en el cine. Los “smartboards” nos permiten utilizar el pizarrón como una hoja interactiva, en la que participan alumnos y docentes en un ir y venir de teorizaciones que cambian sustancialmente el centro y la dinámica de la clase tradicional, con el docente al frente como dueño del saber y los alumnos sentados en filas como receptores pasivos del conocimiento. Existen escuelas en Estados Unidos, como los Magnet Schools, donde los alumnos ya no asisten a la escuela con lápiz y papel, sino que cada uno, desde la escuela Primaria, tiene su propio Laptop, sin cables visibles, que funciona en red con la del docente y las de sus compañeros. El maestro plantea un problema, es discutido en grupos, luego cada grupo proyecta en el smartboard sus posibles respuestas, se hace una puesta en común y una discusión sobre resultados y procesos, se llega a acuerdos y se almacena este trabajo en sus Portfolios virtuales. El docente tiene acceso a estos archivos, los evalúa, los corrige si hace falta y los guarda como evidencia de aprendizaje. Estas son escuelas estatales y gratuitas. Lejos de nuestra realidad, donde la escuela cumple una doble función social, proveyendo en muchas circunstancias de necesidades básicas como alimento y vestimenta y luego, dentro de lo posible, ofreciendo saberes esenciales para sobrevivir en nuestro medio y para rescatar nuestra cultura. Se hace cada vez más evidente la intervención del Estado en el desarrollo de una sociedad de la información.
En palabras de Manuel Castells, “…si bien la sociedad no determina la tecnología, sí puede sofocar su desarrollo, sobre todo por medio del estado. 0, de forma alternativa y sobre todo mediante la intervención estatal, puede embarcarse en un proceso acelerado de modernización tecnológica, capaz de cambiar el destino de las economías, la potencia militar y el bienestar social en unos cuantos años. En efecto, la capacidad o falta de capacidad de las sociedades para dominar la tecnología, y en particular las que son estratégicamente decisivas en cada periodo histórico, define en buena medida su destino, hasta el punto de que podemos decir que aunque por sí misma no determina la evolución histórica y el cambio social, la tecnología (o su carencia) plasma la capacidad de las sociedades para transformarse, así como los usos a los que esas sociedades, siempre en un proceso conflictivo, deciden dedicar su potencial tecnológico.”
[1] Claro que aquí entran en puja el capitalismo y el estatismo, con sus inevitables consecuencias. El Dr. Diego Lewis cita a Alvin Toffler, refiriéndose a la Tercera Ola. Mientras Europa y Estados Unidos se encuentran en la cresta de esta revolución tecnológica, aún hay sociedades que apenas han llegado a la revolución agraria, ni hablar de una industrial o tecnológica.
Se planta sobre mesa de debate si la sociedad determina la tecnología o si la tecnología determina a la sociedad. En realidad, la sociedad evoluciona de manera no lineal sino espiralaza, de manera que todo es causa y todo es consecuencia. Sin embargo, los que hemos pasado años trabajando con niños y los hemos observado detenidamente y reflexionado sobre procesos, podemos afirmar que nuestros alumnos ya no tienen la misma forma de pensar ni de aprender. Pareciera que la misma mente ha cambiado (¿evolucionado?) y los niños son capaces de atender a varias cosas de manera simultánea, pero ninguna con gran profundidad. Viven en un mundo de respuestas inmediatas, de satisfacción inmediata, con poca tolerancia a las frustraciones, a la espera. Reinan la diversidad y el individualismo. Ahora, ésta es nuestra realidad, y con ella debemos trabajar de la mejor manera posible, aprovechando los cambios y las diferencias. Para esto es necesario un cambio de mentalidad en los docentes y un sistema que permita poner en práctica nuevas experiencias, que las avale.
El texto de Begoña Gros me recuerda esas escuelas en Estados Unidos, donde la tecnología está integrada naturalmente a la vida escolar. Sin embargo, el trabajo de Morín nos presenta lo que realmente deberían aprender los alumnos en las escuelas, y eso no depende exclusivamente de la tecnología. En un mundo tan tecnificado, hace falta volver a humanizar a la escuela. Para ello, debemos reconsiderar el concepto de error:
“Un conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior. Todas las percepciones son a la vez traducciones y reconstrucciones cerebrales, a partir de estímulos o signos captados y codificados por los sentidos; …El conocimiento en forma de palabra, de idea, de teoría, es el fruto de una traducción/reconstrucción mediada por el lenguaje y el pensamiento y por ende conoce el riesgo de error….Existe una relación estrecha entre la inteligencia y la afectividad: la facultad de razonamiento puede ser disminuida y hasta destruida por un déficit de emoción; el debilitamiento de la capacidad para reaccionar emocionalmente puede llegar a ser la causa de comportamientos irracionales.”
[2] El conocimiento debe estar contextualizado, tratado con la profundidad que amerita en todo su aspecto multidimensional. Sin embargo, “Como nuestra educación nos ha enseñado a separar, compartimentar, aislar y no a ligar los conocimientos, el conjunto de estos constituye un rompecabezas ininteligible. Las interacciones, las retroacciones, los contextos, las complejidades que se encuentran en el no man´s land entre las disciplinas se vuelven invisibles. Los grandes problemas humanos desaparecen para el beneficio de los problemas técnicos y particulares. La incapacidad de organizar el saber disperso y compartimentado conduce a la atrofia de la disposición mental natural para contextualizar y globalizar.”[3]
Comencé esta Diplomatura pensando en la necesidad de tecnificar la tarea docente. En este momento no lo descarto, pero reflexiono sobre su prioridad. Si es fin de la escuela ofrecer a los alumnos aquello que la sociedad general no puede ofrecer, entonces el centro de la educación, aquello sobre lo cual debería girar todo lo demás, recae en valores humanos. “Civilizar y Solidarizar la Tierra; transformar la especie humana en verdadera humanidad se vuelve el objetivo fundamental y global de toda educación, aspirando no sólo al progreso sino a la supervivencia de la humanidad, la conciencia de nuestra humanidad en esta era planetaria nos debería conducir a una solidaridad y a una conmiseración recíproca del uno para el otro, de todos para todos. La educación del futuro deberá aprender una ética de la comprensión planetaria.”[4]




[1] Manuel Castells “La era de la información” Tomo I, Economía, Sociedad y Cultura

[2] Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Edgar Morin (1999) UNESCO

[3] Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Edgar Morin (1999) UNESCO
[4] Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Edgar Morin (1999) UNESCO-

1 comentario:

Gaviot dijo...

Hola Penny. Comparto la mayoría de los conceptos que tan bien expresas en tu artículo. Mi inquietud con el exitismo de las tecnología sigue siendo el mismo: tomar conciencia que son solo herramientas. En la primara parte de tu artículo hacés referencia a recursos que utilizan hace muchos años en escuelas de Europa y EEUU. Parece que nos llevan una vida de ventaja. Y sin embargo esos ejemplos nos demuestran que la sola utilización de los recursos tecnológicos no implica la transformación de una sociedad individualista y excluyente a una sociedad solidaria e incluyente. En los últimos diez años Europa y EEUU han recrudecido su exclusión económica y social, y han avanzado dramáticamente sobre los recursos ecológicos. Es decir, son sociedades basadas en un capitalismo cada vez más feroz, cuya fuente de riqueza sigue siendo la explotación más terrible sobre el más débil. Por eso a la hora de analizar y decidir sobre la incorporación de la tecnología en educación, más allá de los recursos, lo primero que deberíamos reflexionar es el planteo ético y moral de esa aplicación. Y como vos citás, la educación del futuro deberá aprender una ética de la comprensión planetaria. Saludos. Fabi

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